Fábula de la lechera.
Había una vez una niña llamada María que vivía con sus padres en una granja. Era una buena chica que ayudaba en las tareas de la casa y se ocupaba de colaborar en el cuidado de los animales.
Un día, su madre le dijo:
– Felicidades hija mía, hoy es tu cumpleaños. Espero que hoy las vacas den mucha leche porque hoy iras tú al mercado y todo el dinero que saques será para ti.
¿Crees que podrás hacerlo?
La niña, que era muy servicial y responsable, contestó a su mamá:
– Claro, mamita, yo iré para que tú descanses. Ese será mi regalo de cumpleaños. Ella que nunca había tenido dinero iba a ser la dueña de todo lo que la dieran por la leche.
La buena mujer, viendo que su hija era tan dispuesta, le dio un beso en la mejilla y le prometió que todo el dinero que recaudara sería para ella.
¡Qué contenta se puso! Cogió el cántaro lleno de leche recién ordeñada y salió de la granja tomando el camino más corto hacia el pueblo.
Iba a paso ligero y su mente no dejaba de trabajar. No hacía más que darle vueltas a cómo invertiría las monedas que iba a conseguir con la venta de la leche.
– ¡Ya sé lo que haré! – se decía a sí misma – Con las monedas que me den por la leche, voy a comprar una docena de huevos; los llevaré a la granja, mis gallinas los incubarán, y cuando nazcan los doce pollitos, los cambiaré por un hermoso cerdito. Una vez criado será un cerdo enorme. Entonces regresaré al mercado y lo cambiaré por una ternera que cuando crezca me dará mucha leche a diario que podré vender a cambio de un montón de dinero.
La niña estaba absorta en sus pensamientos. Tal y como lo estaba planeando, la leche que llevaba en el cántaro le permitiría hacerse rica y vivir cómodamente toda la vida. Ya se imaginaba vendiendo su leche en el mercado y comprándose vestidos, zapatos, y otras cosas.
Tan ensimismada iba que se despistó y no se dio cuenta que había una rama en medio del camino. Tropezó y ¡zas! … La pobre niña cayó de bruces contra el suelo. Sólo se hizo unos rasguños en las rodillas pero su cántaro voló por el aire y se rompió en mil pedazos. La leche se desparramó por todas partes y sus sueños se volatilizaron. Ya no había leche que vender y por tanto, todo había terminado.
– ¡Qué desgracia! Adiós a mis huevos, mis pollitos, mi cerdito y mi ternero – se lamentaba la niña entre lágrimas – Eso me pasa por ser tan fantasiosa.
Con amargura, recogió los pedacitos del cántaro y regresó junto a su familia, reflexionando sobre lo que había sucedido.
Cuando regreso a la granja conto lo sucedido a su madre que le dijo que no se preocupara, la imaginación que tienes es buena mientras que también prestes atención en lo que haces. No puedes ir soñando mientras caminas, pues ya sabes lo que puede suceder. Y María aprendió la lección y nunca más se puso a soñar mientras caminaba.
Moraleja: a veces la ambición nos hace olvidar que lo importante es vivir y disfrutar el presente.